Para eso, mejor andar descalzo...

viernes, 31 de diciembre de 2010

Ponme otra ronda.

No paro de leer las cartas que me mandaste cundo aun me decías que me querías. 
Tampoco hace demasiado de eso, pero a mi me parece una eternidad. A ti también te parece que hace siglos de aquello, aunque no te atrevas a decírmelo.
Mientras, yo te espero en ese bar de la esquina, bebiendo un whisky con hielo, esa bebida que yo detestaba, y tu siempre pedías, no se si porque realmente te gustaba o para evitar que yo te pidiese un trago.
Y aunque te espere, y sepa que nunca vas a venir, pido siempre una ronda para ti. No te pilla lejos de casa. Algún día entraras, no se si por casualidad, o a comprar tabaco -aunque se que nunca has fumado-, y entonces, no tendrás más remedio que beberte esa copa que llevo ya años esperando que me aceptes.
Tardas mucho. Creo que voy a empezar a empezar a pasar de todo esto. 
Ya se que te dije que te iba a esperar eternamente.
Pero entiendeme, eso es demasiado tiempo.


jueves, 30 de diciembre de 2010

Aquí he de morir.


El gato me mira. 
Está a mi lado.
Yo estoy en el suelo.
Quizás debería haber comprado ese piso, 
y no esta casa llena de escaleras por las que poder caerse.
¡Joder gato de mierda! Busca ayuda.
Quizás debería haberme quedado contigo en lugar de con el gato.
Grito socorro. 
Es inútil, nadie me escucha.
Quizás debería haber comprado ese piso del centro, 
allí al menos me escucharía algún vecino.
Quizás muera aquí mismo,
en el suelo de esta casa en mitad de la puta nada.
Quizás eligiese mal en todo momento, 
pero el gato, al menos, está conmigo, 
tu seguramente ya te hubieses ido (otra vez).
Quizás debería haberme comprado 
ese piso en el centro del mundo.
Pero coño, que he feliz he sido aquí,
en el centro del culo del mundo.


miércoles, 29 de diciembre de 2010

En lo más alto.


Hace ya unos años que conocí a un viejo saxofonista. Tocaba en el metro o por las calles de Manhattan a cambio de unos dólares, un cigarro, o simplemente una sonrisa cómplice. De vez en cuando le llamaba algún viejo conocido para que improvisase con él en alguno de los locales de la ya olvidada Calle del Swing.
No tocaba por dinero, ya que provenía de familia acomodada, enriquecida en el Nuevo Mundo con prácticas de dudosa ética. Pero nunca hablaba de eso. Tampoco es que él tuviese culpa. Ni tampoco que fuese eso lo que más me interesase de todo lo que él me podía contar.
Vivía en el Empire State. En la primera planta. “Me dan miedo las alturas” decía cada vez que entre risas y humo de tabaco comentaba que vivía en un rascacielos. Yo le decía que me parecía absurdo: era como tener un deportivo capaz de correr a 200 kilómetros por hora, y aún así no pasar de los 50 porque temes la velocidad. Él sonreía y me daba la razón, pero decía que cuando ves un tío conduciendo un deportivo piensas que correrá a 200. Cuando él le decía a la gente que vivía en el Empire State, ellos fantaseaban con las espectaculares vistas que debería tener cada mañana al correr las cortinas. 
Al igual que el del coche no va a 200, él tampoco vive en la punta de la antena del famoso rascacielos. Pero la gente así lo creía. Y además, ellos sabían que siempre que quisiesen podían pisar el acelerador o pulsar el botón más alto del ascensor, y acabar con todos sus miedos. Sin embargo quien por miedo a las alturas o la velocidad no se compra un coche veloz, ni un apartamento en el que fue durante más de cuarenta años el edificio más alto del mundo, jamás podria disponerse a superar esos miedos.
La última vez que viajé a la la ciudad que nunca duerme fui en busca del local donde le conocí, el Blue Note, en la calle 52. Pero la Calle del Swing está ahora colonizada por bancos, tiendas, imponentes edificios y algunos teatros, sin rastro de ese tiempo mítico. La explosión inmobiliaria les ganó la batalla a los viejos clubs de Jazz que en otra época solía frecuentar. 
Seguramente mi viejo amigo ya esté muerto -ya era viejo cuando le conocí, y de eso hace más de treinta años- pero aún no puedo evitar sonreír cada vez que recuerdo cuando con esa media sonrisa que le caracterizaba me contaba como las mujeres se estiraban de los pelos para poder amanecer con él en su apartamento, y observar, mientras él las abrazaba, las bonitas vistas de ese mítico rascacielos.
Igual a muchos siga pareciendo una tontería, pero creo que voy a ir al banco que ahora ocupa el lugar del local de Jazz donde le conocí, y voy a pedir un crédito para comprarme un apartamento en la primera planta del edificio que King Kong sí tuvo el valor de coronar, y un deportivo. Aunque quizás debería empezar por buscar un aval o aprender a conducir .

Prefiero que sea un día más.

Me despierto cada mañana sin nada que me levante, salvo el despertador, y un pensamiento de que hoy será distinto a ayer. Cada hoy, distinto de  cada ayer. Cada aburrido ayer. Sin embargo, no lo es. Cada día no es más que un día más. Y punto. Nunca hay un billete de lotería premiado en el suelo que miro a cada paso, comprar lotería no va conmigo. Tampoco está mi libro, ese que nunca escribí, en los estantes de ninguna de las librerías a las que voy a diario para comprar más libros de los que soy capaz de leer.  Ni la chica que quiero amar se choca conmigo al doblar esa esquina que siempre tomo haciendome el despistado.
Pero aun así, me despierto. Me despierto y me ilusiono a mi mismo. Me ilusiono y salgo a la calle mirando al suelo. Mirando al suelo -pues creo que Dios está ahí abajo, y no en el cielo- en busca de ese billete de lotería, que nunca está ahí donde espero encontrarlo. Y nunca encuentro mi libro en la letra “V” en ninguna de las librerías de que les hablaba. Y cada vez que me acerco a esa esquina me hago el despistado buscando a Dios, o generalmente mi vista le pone los cuernos a esa mujer con la que nunca me he chocado y se va detrás de cualquier otra falda. Pero ella siempre está atenta y me esquiva.
Pero aun así, me despierto. Pensando que hoy, al fin, será ese día en el que en el suelo lleno de colillas, aunque no me encuentre con Dios, sí con ese billete de lotería que me haga rico al fin. Además hoy al llegar a la librería encontraré mi libro en el mismísimo escaparate anunciado como el Best Seller del año.Y lo más importante, hoy esa chica andará distraída y chocará conmigo, pero coño, ¡tengo que ir cobrar mi billete de lotería!
Seré rico y famoso, pero ese día habré perdido la oportunidad de mi vida.
Que quieren que le haga, no se puede tener todo.