Y cuando el cura me preguntó, contesté que no. Aún no sé porqué, pero creo que ya comienzo a entenderlo. La quería demasiado.
Los invitados, la mayoría completos desconocidos para mí, y algunos también para ella, quedaron en silencio. Tras unos segundos los murmullos le ganaron la batalla, y el silencio se esfumó tan pronto como vino, y tan silenciosamente, que casi nadie, salvo yo, se dio cuenta de que allí estuvo. Creo que la gente esperaba que saliese corriendo al más puro estilo de Julia Roberts. O tal vez que me retractase. Pero no hice ninguna de las dos. No quería casarme, pero tampoco quería huir. No inmediatamente al menos.
Estaba convencido de que quería hacerlo. Casarme. Pero cuando la vi acercarse al altar me di cuenta de que no. No era el momento, no era el lugar, no era la persona. Tal vez, nunca lo sea. Tal vez nadie lo sea. Cuando se acercaba al altar del brazo de su padre, al que odiaba, vi lo guapa que iba. Aunque no lo que lo era. No quería verla envejecer, manteniendo el recuerdo de ese instante.
Aunque la gente crea que envejecer juntos es bonito, no os lo creáis, envejecer es siempre una mierda.
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