Para eso, mejor andar descalzo...

domingo, 10 de abril de 2011

La chica del metro.

Y aquel día, como cualquier otra mañana me subí al metro para estar puntual en ese curro que detestaba, y detesto. 
El sol apenas había comenzado a despuntar entre los edificios. 
Pensaba que en ese momento, en otro lugar del mundo estaría anocheciendo. En algún otro una pareja follaba como si yo no existiese. De hecho, lo hacían porque seguramente ni siquiera me conocían. Y además, porque en ese momento, yo les daba igual. 
En algún otro lugar, alguien moría, y en otro, alguien nacía. 
Llevaba los cascos puestos. Escuchaba a Chuck Berry. O The Beatles. No lo recuerdo. 
Entonces, cuando parecía que solo iba a ser un viaje como cualquier otro, se abrió la puerta del vagón en una de las muchas paradas del trayecto, y subió ella. Era joven. Demasiado como para que me hubiese fijado en ella. Pero no tuve más remedio. Se sentó frente a mí. Me miraba de reojo con una media sonrisa. Yo más descaradamente. El disimulo nunca se me dio bien. 
Llevaba una suerte de mochila, de la que sacó una pequeña libreta y un boli. Trató de escribir algo, pero el boli le dejó en la estacada tal vez en el momento que más lo necesitaba. Tal vez fue una señal del destino para que no hiciese lo que estaba pensando en hacer. Pero ni esa señal, ni ninguna otra le iba a frenar en su empeño. Me miró fijamente con los ojos más grandes que jamás había visto y me pidió un boli. Cogí uno de los que llevaba en el maletín y alargué la mano para dárselo mientras mis ojos buscaban de nuevo los suyos, sin encontrarlos. 
Escribió algunas cosas en esa libreta y tachó otras muchas. Finalmente, llegó su parada: la de la universidad. Arrancó la hoja que había estado escribiendo y me la dio envolviendo el bolígrafo. No me dio mi boli, sino el suyo, el que no funcionaba. 
En la hoja, entre un montón de palabras tachadas incompresibles pude leer algo. “Me llamo como tu quieras” ponía. También había escrito su numero de teléfono. 
Nunca la llame. Ni tan siquiera conservé la hoja. Era un hombre casado. Y quería a mi mujer.
Más tarde, cuando me enteré de que una de las personas que follaba a esas horas era mi mujer, y no era conmigo, me arrepentí de no haber conservado esa hoja llena de tachones. 
Tal vez la chica del metro era esa media naranja que llevo toda mi vida buscando. Tal vez no fue mas que una casualidad. Supongo que ella ya se habrá olvidado de mi. Pero yo no he podido olvidar aquello ojos que durante un segundo me miraron.