Aquellos años que pasamos subidos a los arboles intentando acariciar el cielo con las yemas de los dedos. Aquellos años en los que construíamos nuestras propios palacios en las copas de los árboles. Esos ya lejanos años, en los que los granos de nuestras caras delataban en que invertíamos tanto tiempo en el aseo. Los años en los que la forma de declararse a la chica que te gustaba era tirarle piedras, o estirarle de las coletas, con dudosos resultados. Daba igual las piedras que le tirásemos, o el tamaños de éstas. Para ella no éramos más que unos mañacos de tercer curso. Nada comparado con ese rubio de quinto, que era tan guapo, y jugaba tan bien al fútbol. Nunca lo había pensado, pero tal vez sea esa la razón de que odie tanto ese deporte. Aquellos años, cuando hablábamos de nuestro futuro, entonces tan futuro, y ahora, casi sin darnos cuenta, ya tan pasado. Cuando soñábamos con que ser de mayores. La mayoría de vosotros queríais ser bomberos. Por eso de salvar vidas alegabais. A mí lo de salvar vidas siempre me dio un poco igual: bastante he tenido con intentar salvar la mía. Nunca he sido de cambiar el mundo. No se donde leí, o oí, algo que decía más o menos así: “Si no podemos cambiar el mundo, al menos que el mundo no nos cambie a nosotros”. Eso era todo lo que yo os pedía. Algunos me fallasteis. A otros, os fallé yo.
Ninguno de vosotros ha llegado a ser bombero, ni futbolista. Recuerdo que yo era algo más realista, y soñaba con ser astronauta. O inventor. Pensaba que en la universidad encontraría la carrera de inventor. O que para ser astronauta bastaba con saber decir de carrerilla los 9 planetas del Sistema Solar. Aun no los he olvidado, por si acaso llega un día en el que sobra con eso para serlo.
Muchas noches, cuando ella, la enamorada del chico de quinto curso, harta de mí y de mis ensoñaciones, me manda a dormir al sofá, salgo al balcón de mi casa, que la especulación inmobiliaria construyó donde entonces estaban nuestros hogares de madera y hojas, y miro las estrellas durante un buen rato. Entonces cierro los ojos y me traslado a esos años en los que me bastaba con vosotros para ser feliz. Y sigo imaginando, y por un momento, digo las palabras mágicas, y me convierto en astronauta. O en el futbolista rubio de quinto curso. Y vosotros no me habéis fallado. Ni yo a vosotros.
Ojalá todo fuese tan fácil. Ojalá esto lo solucionase todo. Por si acaso, yo lo sigo repitiendo:
Mercurio, Venus, La Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón.