Para eso, mejor andar descalzo...

domingo, 2 de enero de 2011

Sobre putas y sus hijos.


Érase una vez uno más. Uno que pasaba por la vida sin pena ni gloria. Bueno, a decir verdad, con algo más de pena que de gloria. Pero eso le daba igual: que más le da la pena a quien tampoco persigue la gloria. Se conformaba con vivir su vida, sin más, sin prestar atención a lo que la gente decente opinase. Esto le causaba discusiones con familiares, amigos, parejas, e incluso, de cuando en cuando, con la recepcionista del hostal donde se solía hospedar cada vez que su esposa le cerraba la puerta, y sus padres se negaban a abrirsela.
A veces se acostaba con esa recepcionista. Ella era la que le daba lo que su mujer nunca le dio: amor, sexo, y de vez en cuando una cama donde poder dormir. Él, por el contrario, tenía amor, sexo y cama para las dos, y para alguna más, pero ninguna de ellas tardaba mucho en cansarse de sus vicios y sus amantes, y mandarlo de vuelta con la otra -con cualquier otra.
Este tío no trabajaba. Se dedicaba a gastarse todo el dinero -y algo más- que podía sacarles a mujer, padres y amantes en tabaco, alcohol, putas y cocaína.
Este tío era un hijo de la gran puta en toda regla.
Es más, puede que este tío no exista, pero, a decir verdad, ese hijo de puta me cae bien.
Y coño, tampoco es tan diferente a cualquiera otro.

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