Para eso, mejor andar descalzo...

sábado, 5 de marzo de 2011

Amaneceres.


Recuerdo la primera vez que me invitaste a subir a tu piso. Era un sábado, o un viernes, no lo recuerdo bien. Sería febrero. Llovía, y el frío calaba hasta el último rincón de mi alma. Bastante caliente por aquel entonces. Recuerdo que los primeros rayos de sol ya comenzaban a despuntar por entre las antenas y pararrayos de las chabolas verticales de tu barrio. No hizo falta un “¿Subes?”. No hicieron falta palabras. Más que un gesto con la cabeza, y un beso para cerrar el trato. Subimos al ascensor, que no nos llevó al séptimo cielo. Ni siquiera al primero. Pero se estaba bien, allí donde fuese que nos había llevado. El frío seguía calándome, pero tú supiste bien como acabar con él. Bastó con una última copa entre tus brazos, y un puñado de besos en el momento, y en lugar oportuno.

Continuamos estudiándonos mutuamente durante largo rato. Posiblemente, incluso horas. No teníamos ningún trabajo al que asistir, ni ningún tren que perder. Fuera de tu habitación el mundo se podría haber ido a tomar por culo. No nos hubiese importado.

Tus últimas prendas comenzaban a tocar el suelo. Dejando a cambio una dosis de realidad. A veces agradable, y otras, no tanto. Recuerdo, por ejemplo, la decepción que me dieron tus tetas. Aparentaban mucho más bajo el sujetador. Y de hecho, fueron ellas las que en gran parte me llevaron hasta allí, y no tus ojos verdes, del mismo color que la yerba que solías fumar, como te había prometido. Como te había mentido. Una por otra. Me enseñaste así a no fiarme más de las mujeres. Con ropa, siempre engañan. Sin ella, no son capaces.

Recuerdo el olor a saliva, sudor, y tal vez, en los últimos instantes, incluso se oliese un poco el amor que quería salir, aunque ninguno de los dos se lo permitimos. Recuerdo cuando al día siguiente me fui, mojándome todo el camino hasta casa. No me importaba. Y también recuerdo lo que me costó quitarme el olor a coño de los dedos.

Sabes de sobra que no fuiste la primera, y que vinieron otras después, pero ése fue sin duda, mi mejor amanecer.


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