Los años pasaron casi sin que nos diésemos cuenta, o sin que quisiésemos hacerlo, porque lo cierto es que si que nos dimos. Y en un abrir y cerrar de ojos que nos pareció casi eterno ya estábamos todos con pelos en la entrepierna, y alguno que otro, ya recibiendo al extremaunción ante un altar, con una casi desconocida vestida de blanco a su lado derecho (o izquierdo, que más da, nunca me supe el protocolo).
Ya nunca volverían los días de piscina, ni las tardes de porros, ni el lanzarnos piedras. Tampoco las mañanas de fútbol o el quedar para masturbarse en la casa que quedase libre con la peli porno que alguno había encontrado en los cajones de su casa. Ya no queda nada.
Y entonces me di cuenta de que habíamos tenido mucha prisa por crecer, creyendo que el tiempo se nos iba, cuando lo cierto es que lo único que tenemos, todos por igual, es eso, tiempo. Y nada más. Y nada más nos hace falta. Y perderlo es lo mejor que nos pudo pasar.
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